Pedro Burgos Montero
Microrrelatos

1

Se despertó de madrugada. Sobre la mesilla, un poema incompleto y un vasito de veneno. En la calle, el ruido de la vida.

2

Cuando todos sabían lo que querían ser y como conseguirlo, Rogelio luchaba aún con los dragones que le habían invadido siendo niño.

3

La primera vez que se encontraron fueron juntos al cine. La última vez, cuando se despidieron, aunque el corazón les seguiera latiendo, el Titanic ya se hundía irremisiblemente.

 

4

Hay un puente en el valle de Ourika que une la vida con la muerte. Allí se conocieron. Allí los nombra el aire cada vez que un viajero llega a ese lugar y se detiene a observar el vuelo de las torcaces.

 

5
Se retaron por la chica más bella de la escuela. Eran apenas dos muchachos. Uno llegó con un verdadero sable y la mirada aviesa; el otro con una pluma y una carta de amor entre las manos.

 

6

A Jacobo le habían dado tres semanas de vida. Ya habían pasado dos cuando una mañana de Noviembre, se encontró con un amigo que, sin saber de esa circunstancia, le dijo: "Asumamos que la vida es un suspiro".
"Asi es; a veces un suspiro ruidoso", respondió Jacobo, al tiempo que se disparaba por dos veces consecutivas a la altura del corazón.

 

7

Cuando hallaron el cuerpo inerte y ya muerto de Roberto, tenía a la altura del empeine del pie derecho una mordedura de serpiente. Y bajo su pierna izquierda, una nota manuscrita que decía: "hoy, corazón mío, recibirás tu veneno". Echada sobre sus cabellos despeinados, su gata Murga, los ojos repletos de infinito.

 

8

Era de noche. Nevaba. El dormía bien arropado al calor de la lumbre cuando llamaron a la puerta de la cabaña con insistencia. Abrió; pero no vio a nadie. Sólo una bocanada de aire helado se le metió en los huesos. Volvió a la cama y se arrebujó. Silencio. Por la mañana, pudo ver -todavía nítidas- las huellas de un caballo sobre la nieve.

 

9

Ataúlfo no tenía casa. Solía vivir alojado en algún viejo barco, bien en el puerto de Marsella, bien en el de Barcelona, y pasear por sus estaciones marítimas. Ataúlfo nunca se compró un reloj ni un traje ni un coche; pero conocía de memoria el tic-tac de sus pensamientos, las alarmas de sus premoniciones y el hábito de sus instintos.
Pintaba marinas y marinos, además de silbar hermosas melodías. Todo lo regalaba sin pedir nada a cambio, aunque el hambre a veces le bordara en la cara algo así como un apetito cubista.

 

10

Andrés era un chico de campo, de ojos grandes, inmensos, y mirada lunar, enigmática. Su mejor compañía era un perro mestizo, mezcla de podenco y ovejero. Su únicas aficiones: hablar solo, leer y descubrir tesoros del pasado más antiguo. Los que le conocían dijeron que era un chico capaz de cualquier cosa, con un talento innato para el dibujo, la arquitectura y la caza. Luego se hizo mayor, vivió en ciudades y aprendió a echarse de menos, a perderse por amor. A irse muriendo.

 

11
La primera vez que ella y él se encontraron cara a cara fue en el Paseo de los tristes de Granada el día que Jorge Luis Borges se fue de este mundo. La segunda fue a la puerta de la Catedral de Ávila cuando él leía a Francisco Pino y ella andaba a tientas por el pasado de la ciudad castellana. La tercera y última vez que se encontraron fue en la ciudad semiabandonada de Alcántara cuando ella tocaba una especie de candombe brasileño y él volvía a ser sólo un vagabundo.
Ella aunque utilizara distintos nombres y diferentes aspectos era la Soledad.

 

12
Tuvo un presentimiento repentino y tomó una decisión rápida. Fue a la Guayana francesa y, desde alli, a la Isla del Diablo. Se le agolpaban las sensaciones, los miedos, la curiodidad y la convicción de que algo le sucedería en ese lugar deshabitado desde hacía muchos años.
- Sea valiente, quedese aquí, oyó decir a alguien a quien no podía ver, tras varias horas de andar por aquellos parajes caóticos.
- ¿Quién me habla?, preguntó extrañado repetidas veces mientras miraba en todas direcciones.
Pensó en los dos nativos que le habían acompañado en la travesía, pero éstos esperaban su vuelta al otro lado de la isla para regresar. Entonces, volvió donde ambos se encontraban, les pidió algunos víveres y les dijo con determinación: "Váyanse cuando quieran; yo me quedo aqui".

 

 

15Pedro

Pedro Burgos Montero
(Puertollano, Ciudad Real, 1955)
Poeta, fotógrafo, artista visual, collagista y escritor de aforismos. Autor del libro de poemas “La luz estremecida”.